Señores de otros planetas.

Mientras me adaptaba a mi nueva vida como superhéroe visité una cafetería en la Tierra. Adopté mi forma de “persona normal” y entré en ella. Ahí estaba yo, con mi camiseta roja con un rayo en la que se podía leer “Bazinga”, que lo vi por ahí, aunque no entiendo el chiste. Me dirigí al mostrador y pedí un café con leche, pero de repente algo pasó que me llamó la atención, el chaval que me atendía no sabía qué era eso y me ofreció varios productos: capuccino, frapuccino y otros chinos que no recuerdo. Total, que le señalé un vaso que había por ahí y me lo sirvió lleno de café.

Al girarme, vi una muchedumbre que se agolpaba alrededor de las mesas. En todas menos en una. Allí se encontraba un joven que parecía estar haciendo algo como dibujar, a diferencia del resto de las personas, que se encontraban inmersos en unos pequeños aparatos con una fruta estampada en el reverso.

– ¿Te importa que me siente? – Pregunté educadamente, porque otra cosa no, pero mi madre me crió bien y aunque tolete, educado soy.

– ¡No , no! ¡Por favor! Siéntate. Me encanta conocer gente nueva. –me extrañó su respuesta.

El joven tenía un sombrero que dejaba entrever su flequillo entre éste y unas gafas de carey sin cristales, todo esto acompañado de un bigote. Ahora de cerca pude confirmar mis sospechas, dibujaba a una persona. Tampoco le di mayor importancia.

A todo esto, yo seguí con mi cafecito en la mano. Y cuando iba a leer una revista “GQ” que había por ahí –que supuse que era suya–  de repente me dijo.

– ¿Te importa que te haga una pregunta?

– Depende, dime.

– ¿Nunca te has preguntado cual de tus padres terminó primero cuando te concibieron? Y lo que es más importante, ¿quién disfrutó más?

Me quedé por un instante sin palabras, pero pude juntar unas palabras para contestarle.

– Eso son dos preguntas… además, ¿quién se pregunta esas cosas? ¿te crees que eso es norm…

– Un “sapiofail”.

– ¿Un qué?

– “Sapiofail”. –me lo escribió, se escribía “sapiophile”. Siempre quiero saber más porque eso me hace más atractivo entre la gente que son como yo, los “sapiophiles”, que somos gente que se siente atraída por la inteligencia del prójimo.

– ¿Eh?

– No te preocupes, es normal que no hayas oído hablar de esto.

Empezó a comentarme que su principal meta era conocer la respuesta a esas preguntas que me hizo. Estuvimos buena parte de esa tarde hablando, tanto fue así, que no sé ni cómo, pero la conversación derivó en sus gustos cinéfilos, en cómo el cine sueco que cuentan historias de la edad media ya no le llenaban, que ahora lo que prefiere es el cine kazajo; también me comentó que no le gusta los teléfonos móviles, que es inútil seguir usándolos en estos días como teléfonos, y aprovechó para sacarle una foto a mi taza de café.

Después de todo esto, acabé mi café, y cuando me iba a levantar me hizo un gesto para que esperara, me pasó su dibujo firmado, era una especie de autoretrato. Se podía leer abajo del todo lo que supuse eran sus iniciales: “B.W.”, a lo que él añadió:

– Por cierto, que no te lo había dicho, mi nombre es Bruno, aunque mis amigos me conocen por Bruce, y sé de donde vienes.

No pude pensar otra cosa en el camino de vuelta.

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